INTY RAYMI
El Inti Raymi, nuestra emblemática Fiesta del Sol, se conmemora públicamente cada 24 de junio desde hace más de setenta años. Su atractivo, en alza año tras año con representaciones y puestas en escena deslumbrantes, que cuidan la veracidad histórica y pluriculturalidad, es todo un evento para nacionales y extranjeros. Por ello, en junio de 2025, presentamos oportuno homenaje a esta festividad ancestral donde el campo, la tierra y la identidad se fusionan.
Cuando los rayos más potentes del inti (el sol) aparecen en su punto más alto, el solsticio de invierno, el Inka y todas las culturas que dependen del Tahuantinsuyo alzan sus plegarias, agradecimientos y esperanzas a la divinidad solar, con el rostro apuntando a los cielos, hacia el Hanan Pacha, el Mundo de Arriba.
Afirma Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales de los Incas que el Inti, “… con su luz y virtud criaba y sustentaba todas las cosas de la Tierra”. Su imponencia solar y divina concedió poder al Estado imperial representado por el principal de sus hijos, el Inka, quien recibía a su padre de forma festiva durante nueve días en la plaza principal del Cusco, Haukaypata.
Otro cronista, Bernabé Cobo, cuenta que antes de celebrar el Inti Raymi, la Fiesta del Sol, se cumplía un riguroso ayuno, además de otras abstinencias, para armonizar con una condición cercana a la pureza. También que en el momento cumbre de la festividad, cuando se presagia el porvenir, se sacrifica a una llama que debía ser negra, dado que ese exótico color no podía perderse al combinarse con otro, una expresión de pureza única en la cosmovisión andina.
La sangre de la llama sacrificada se mezclaba con el sankhu, masa de maíz, con el que las acllas, vírgenes del Sol, preparaban el pan ceremonial que degusta la nobleza, sostiene Juan de Betanzos. El mismo cronista afirma que este pan sagrado era el manjar inicial de una variedad de platos y que todos los invitados terminaban bebiendo abundante chicha en señal de celebración y algarabía.
Sin embargo, los primeros sorbos eran compartidos entre el Inka y el Inti. Por medio de una canaleta, el Inka vertía la chicha desde una vasija de oro. En su camino, la bebida sagrada conectaba el Haukaypata hasta llegar al Qoricancha, el Templo del Sol, signo inequívoco de que el Inti aprobaba la festividad, según palabras de Garcilaso.
El Inti materializaba su presencia a través del fuego sagrado, que se encendía exponiendo alijos de algodón a los rayos solares intensificados por un sofisticado juego de espejos.
El fuego sagrado con que el Inti –el Dios Sol, el Ninaq Willka- materializaba su presencia, puesto que por medio de algodón expuesto a los rayos solares intensificados por un juego de espejos. Primero era salvaguardado por el Sumo Sacerdote, Willaq Umo, para después pasar a la protección de las vírgenes del sol, quienes se comprometían a mantener vivo el fuego hasta el próximo solsticio de invierno. Así lo manifestó Pedro Cieza de León.