ENCUENTRO DE ZORROS
Pese a la estación invernal hay fuerte sol y la bahía luce radiante con su hermosa Isla Blanca como telón de fondo. José María Arguedas, el escritor, ha vuelto no para concluir su trunca novela sobre Chimbote, sino para conocer más de su gente, encontrarse y conversar con sus amigos y gozar del paisaje. Ahora disfruta de un extraordinario atardecer. Extasiado contempla cómo el luminoso disco de oro va creciendo, conforme, parece al descender, descompuesto en múltiples tonos rojos y anaranjados que reverberan en el agua celeste de la bahía antes de que, en el horizonte, lo devore el mar.
Ensimismado como está, impactado por la belleza del ocaso en la bahía, solo comparable a los destellos del mismo disco rojo cuando en los Andes resplandece al asomar su cara entre hermosos nevados; apenas percibe el alegre silbido de Ciriaco Moncada — fufufuiií, fuiií fui fuiii, fufufuiií, fui fi fu fufuiiiii — , que, a paso ligero y cadencioso, meciendo palangana su fibroso cuerpo, avanza por el malecón Grau, con su infaltable atado de bolsas de red al hombro. El encuentro es inevitable y alborozados se trenzan, como dos chiquillos, en fuerte, cálido y sincero abrazo.
–Qué gusto verlo profe, después de tantas lunas. Se nos fue sin abrazos ni adioses.
–Lo siento, mi partida fue repentina, urgido por compromisos que tenía con la Universidad Agraria La Molina. Pero, ahora, nuevamente estamos por acá, ¡cuántas historias habrá para ser contadas!
Los recuerdos turban brevemente a José María. Todavía no puede arrancar de su memoria que, estando en Chimbote, también lo asaltó, con inusitada fuerza, la idea de quitarse la vida; idea que ya lo perseguía buen tiempo. Ahora echaba de menos la presencia de las mujeres chaposas del Callejón de Huaylas que, con sus multicolores polleras y quipe al hombro, zapatos de charol negro, cuando no ligeros llanques; llegaban al puerto con ricas papas, ollucos, ocas, mashuas, cecina, jamón, rumas de yerbas aromáticas y otros ricos productos de la sierra. Sentía también la ausencia de viejos bares como El Gato Negro, El Patita, El Califa, La Docena de Trece, en los que, con Solano, Zavala, Maxe, Chaucatao, Haro y otros amigos pescadores, habían bebido alguna vez hasta emborracharse.
De Encuentro de zorros, pp. 7,8.
MARITZA DALILA LEYVA SALVATIERRA
Nació en Pucalá, distrito de Chiclayo. Egresó del Instituto Superior Tecnológico Chan Chan, de Trujillo, en la especialidad de Fisioterapia y Rehabilitación. Se graduó como profesora de Matemática y Educación por el Arte en el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo de la Educación, INIDE. Con más de 35 años de experiencia, ha sido docente en la I.E. Señor de los Milagros de Cayán y en la I.E. La Libertad de Chimbote.
Heredó la sensibilidad artística de su abuelo materno, pintor autodidacta y asiduo lector. Cuando cursaba segundo grado de Secundaria, su profesora de Lengua y Literatura, Lila Rivas, pidió a la clase escribir un cuento de libre inspiración. Y fue el suyo: Diálogo de la mota con la pizarra, el que obtuvo el primer lugar… con 20 de calificación.
Su narración Encuentro de zorros, obtuvo el primer lugar en el Área de Cuento del Premio Nacional Horacio Zeballos Gámez 2015.